viernes, 1 de diciembre de 2006

30.Día 11: QUE LEVANTE LA MANO EL QUE NO ESTE ENFERMO.

Desde las 9 hasta las 5 estuve trabajando sobre el catalogo de los productos de la escuela de mujeres. Mi compañero de equipo se llamaba Ignacius, un tío trabajador y silencioso, con el tiempo lo llegaría a admirar por su dignidad y su inteligencia. El era de Korogocho, pero no quería irse de allí, el amaba a su gente y su vida, el estaba cambiando las cosas desde dentro y a su manera. El caso es que estaba yo poco receptivo ese día para hablar con nadie. Estaba sufriendo "la revolución del cuerpo", pues cada parte de mi funcionaba por su propia cuenta. La comida africana me creaba unos gases tremendos, sentía frío y calor, dolor de cabeza intermitente… Cuando descubrí que tenia 38 de fiebre, me sentí un poco como cumpliendo con la obligación de ir a África y penar durante unos días, pero claro, no es que me esperara mimitos, pero la profunda apatía que despertaba mi malestar físico, pues tampoco. Pero es que aquí como todo el mundo esta enfermo siempre, pues claro, mejor sufrir en silencio a sufrir comentarios del tipo: "¿sólo 38 de fiebre?, yo tras la malaria he tenido dos periodos de diarreas, una gastroenteritis y haber si se me cura la infección de la uña del pie, aun así esta siendo un otoño llevadero, si te cuento lo del chiquillo de mi vecino…". Decidí relajarme un poco y me quede en casa solo. Esa noche vinieron dos "street boys", uno de ellos sangraba por la boca y tenia un tajo considerable en el brazo. Como si de un par de niños pequeños se tratara enseñaban la herida para ver si podía hacer algo. El chico se lavó y luego le puse una venda. Crysantus llego justo cuando ya se iban, y ante su falta de emoción, me explico que esa situación era normal, pero que no me preocupara de la herida del brazo, que lo complicado en ese caso eran los dientes, si se había fastidiado algo, seria imposible encontrar alguien que pudiera arreglárselo.
Después de cenar, sin que a nadie le impresionara lo ocurrido, vi como guardaban el jamón colgado tras una puerta. Me dijeron que era por las ratas, y me enseñaron las marcas de los mordiscos en el precario mobiliario de plástico de la cocina.
Si las circunstancias se empeñaban en continuar por esos caminos, no es que fuera a regresar curtido a España, es que ni mi madre sabrá reconocer al Rambo que llama a la puerta de su casa.

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