lunes, 4 de diciembre de 2006

37.IGNACIUS

El catálogo ya estaba terminado y había quedado muy profesional (existía un abismo en comparación al antiguo), yo estaba bien orgulloso, pero no conseguiría sacar la opinión de estos misioneros, que como grandes negociadores siempre se reservaban sus pensamientos, sin embargo un brillito en los ojos de la hermana Carmina me dio a entender que le había gustado mucho. Mi compañero de trabajo, Ignacius estaba también contento, y ya preparábamos una sesión fotográfica en la cual las estudiantes posaran con sus creaciones (chales, camisas, faldas…), daba gusto trabajar con él. Era una persona silenciosa y reservada, muy abierto a nuevas propuestas y con capacidad para escuchar. Tras varios días trabajando juntos, esa tarde hablamos de cosas aparte del catálogo. Él vivía en Korogocho, y como otra gente de allí, tenia medios para vivir en otro lugar, sin embargo el amaba su barrio y sus gentes. El disfrutaba del tumulto, de esa vida en comunidad donde se compartía y se ayudaban. Estuvo un tiempo viviendo fuera y le pareció muy aburrido, en Korogocho siempre encontraba gente conocida, y tenia muchos amigos, sin embargo sufría los problemas internos y haría cambios en todas las infraestructuras del barrio y las medidas de higiene, pero a la gente no la cambiaba. Daba gusto escucharle, rebosaba autenticidad. Yo de algún modo envidiaba esa conformidad, esa satisfacción con lo que uno tiene, esa tranquilidad y ese amor con el que hablaba de su hogar. Si todos fuéramos así, el mundo viviría en paz consigo mismo.

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