lunes, 11 de diciembre de 2006

43.Día 18: LAS LLUVIAS DE OTOÑO

Después del arduo viaje hasta el norte dormí como un lirón. Durante mi viaje a Kenya no me costaría nada dormir, pues al cabo del día estás física y sobre todo, psicológicamente agotado. Cuando desperté hice un pequeño giro por la ciudad con la hermana Alberta y una corta visita a los enfermos. Como el hospital de Marsabit era público, estaba de lo más sucio y descuidado (como casi todo lo que acaba en manos estatales). Pasamos por el tribunal (cuando se necesitaba se hacia venir un juez para casos concretos), la prisión, y el distrito central. Como era la estación de lluvias, estaba todo enfangado y el clima era muy húmedo. Estuvimos hablando casi todo el camino de la cuestión de la lluvia. A cualquiera que viera ese lugar tan verde y con tanta maleza, le costaría comprender que esa era una zona árida donde apenas llovía, y ese cambio drástico en el paisaje. De hecho, en la gran parte de las zonas ecuatoriales las lluvias vienen en dos épocas señaladas: cerca de octubre y de mayo. Son además grandes protagonistas y centro de la vida de las gentes de Marsabit, pues si no fuera por ellas no se podrían planificar ni el cultivo ni la ganadería. Los bosques pervivían por el agua del rocío y de las nubes que rozaban las copas de los árboles. Hay un fenómeno que se da cada 40 años aproximadamente, y es que no cae una gota de agua durante un año. Esto da lugar a las conocidas hambrunas: mueren las plantas, los animales, y el hombre sobrevive si acaso por la ayuda humanitaria. Hubo una hace dos o tres años; los misioneros recuerdan los animales muertos por las calles y las medidas de emergencia (no retrete, y severísimas restricciones en duchas y lavado de ropa), pero además hay toda una planificación y sistemas de almacenamiento de agua en bidones.
Por la noche conocí a un grupo de cuatro italianos que estaban unos días allá visitando el lugar y venían de una diócesis de Italia. Compartíamos historias y los italianos contaban las anécdotas de sus excursiones. Esa noche las misioneras nos contaban como hubo un tiempo que los elefantes iban por la noche, metían las trompas en los bidones y succionaban de un golpe toda el agua. A mi esto de encontrarte un elefante en el jardín como quien no quiere la cosa, me dejaba medio loco. Pero no seria la única historia que me impresionara. Ese día tuve la oportunidad de escuchar una de las historias más simpáticas y graciosas que he escuchado en mucho tiempo.

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