lunes, 11 de diciembre de 2006

41.Día 17: KENYA: EL LUGAR DONDE NAUFRAGÓ EL ARCA DE NOE

Como si fuera el día de los reyes magos me levante y me puse las zapatillas corriendo para salir fuera de la casa, y llevarme la decepción de ver otra vez esa enorme y espesa columna blanca. Sin embargo, el destino me tenía reservada una sorpresa, y ya puestos en marcha, la montaña solitaria empezó a desnudarse poco a poco para enseñarme su belleza en todo su esplendor. Suave y lentamente las nubes se desplazaban al Sur, hasta que pude ver con claridad la cumbre. Tenia varios picos que retorcidos parecían arañar el cielo. Paraíso de los escaladores, era un fenómeno especial, por dominar tanta extensión de terreno en solitario (enorme contraste entre las grandes planicies y la altitud de la montaña), y por tener nieve en la cumbre pese a estar en el ecuador de la Tierra. Pero no iba a ser la única alegría de ese mágico día. Al pasar la ultima ciudad con carretera asfaltada, entramos en una tierra donde aun imperaba la ley de la naturaleza, el Land Rover atravesaba como podía los lodazales, las piedras, y toda clase de baches que solo un camión o un Land Rover podría superar. No era difícil, pero para ser la carretera que conectaba con Etiopia, dejaba que desear. A ambos lados de la "carretera" empezábamos a ver una naturaleza cada vez más impresionante, hasta llegar al costado de la Reserva Nacional de Losai, que era un área tan grandiosa, que ningún fotógrafo podría soñar en captar con la cámara. Allí habitaban los animales más famosos y variopintos. Las campañas de Marketing hablan de Kenya, como el país de los cinco grandes: el león, el elefante, el rinoceronte, el leopardo y el búfalo. Que se haya discriminado de esta selección a la jirafa o la cebra, habla por si solo del machismo imperante hasta para valorar las cualidades de los animales. Ver a estos animales en su hábitat natural es un espectáculo inolvible, pero desde la carretera que estaba un poco distante de la Reserva, era difícil. Yo estaba hiperemocionado, como un niño chico, examinando la maleza a ver si veía algo. Casi nos llevamos un disgusto cuando no pude reprimirme y solté un fulminante pedazo de chillido, mientras señalaba con el dedo: ¡¡¡¡¡¡UN MONO!!!!!! Tras el frenazo pertinente, decidieron dejarme el asiento delantero, vista la emoción. No veríamos a los grandes animales de la sabana africana pero nos topamos con grandes águilas (que aquí son de los animales normaluchos), monos, babuinos, todo tipo de aves, tiki-tikis (gacelas enanas) y perritos de la pradera, además de enormes hormigueros (1 metro y medio), nidos y heces fecales en mitad del camino que tan solo un elefante era capaz de engendrar.
En el este de África existe una falla que cruza en vertical varios países y ha dado lugar a unas condiciones geológicas muy especiales, es la llamada región de los grandes lagos, y el famoso Rift Valley, estas grandes planicies con algunas colinas, son ricas zonas de pasto, con un clima constante durante el año; lo que ha permitido toda esta biodiversidad. Es todo un laboratorio de la naturaleza. Llegamos a una zona en la que la maleza no permitía ver a ambos lados del camino, Jesús Lobato dijo que a ver si teníamos suerte, pues esa era la zona estratégica para los atracadores, que salían armados y te quitaban todo. Por suerte no paso nada, pero se me quedaría grabado ese lugar en forma de pesadilla. También atravesamos varias aldeas y poblados indígenas, pudiendo ver en primera línea las casas de tejados de paja, las vestimentas tradicionales de esas gentes, las lanzas, los adornos y pinturas… Yo me veía como en un cuento. Por lo general eran pastores, y había muchos animales de granja, lo más pintoresco fue ver tantos dromedarios.
Hicimos una parada en una misión cercana para entregar unos paquetes y me dispuse a hacer unas cuantas fotos a las misioneras. Cerca de donde estábamos había una mujer preciosa, y es que en áreas rurales las mujeres están más limpias y lustrosas que en las periferias de Nairobi, ésta en concreto vestía tradicionalmente con telas y collares bellísimos, además era más alta que yo, y muy esbelta. Yo estaba totalmente enamorado, y les pedí a las misioneras que posaran con ella, fue entonces cuando ella abrió la boca para pedir dinero si quería la foto, y descubrí que no era ni más ni menos que el mismísimo "cuñao" africano, cada diente por su lado. Mi sueño romántico de la bella y dulce indígena se disolvió tan pronto como había aparecido. Por lo demás, se notaba el cambio que sufrían aquellas sociedades, las cabañas se realizaban con materiales como cartones y plásticos, los habitantes empezaban a comercializar sus artesanías, los vestidos tradicionales convivían con nuevas prendas de vestir, y se veían latas y cartones, reciclados para otros usos, que en el pasado portaron ayuda humanitaria (sobre todo de Estados Unidos).
Según me habían contado Marsabit era una ciudad en zona desértica, pero cuando llegue me encontré un vergel verde y húmedo, y un pueblito un poco pintoresco. Al llegar a la casa recibimos la calurosa acogida de los padres. Había tres hermanas, yo le portaba un saludo afectuoso desde España de una antigua compañera de ellas, y que yo conocía de hacia tiempo (Sor Esperanza), las note frías y un poco distantes. Con el tiempo descubriría que eran exactamente lo contrario. Y por si mi idea sobre lo que podía ser una monja se había roto hacia tiempo, ahí estaba Sor Betta para destrozarla por completo.

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