lunes, 11 de diciembre de 2006

42.TERRITORIO MUSULMÁN

Una vez acomodado, la hermana Betta me invitó para que la acompañara a una reunión que tenia en una aldea cercana. No sabría describir bien a esta monja portuguesa de edad indefinible (25?, 30?, 40?, 45?), de risa constante y que iba de aquí para allá a toda velocidad. Le gustaban las nuevas tecnologías y hacia buen uso de ellas en los proyectos que llevaba. Como teníamos un largo camino, aproveché su alegría y buena disposición para hacerle todo tipo de preguntas acerca de la realidad de allí. Hablamos de todo un poco, pero quise preguntarle acerca del Islam, ya que en toda la zona norte es la religión predominante (en Nairobi también hay comunidades muy numerosas). Con anterioridad había hablado sobre los musulmanes con otra gente, y la verdad es que es un tema sensible. Los adjetivos mas sonados: ariscos, arrogantes, impositivos, fanáticos y otras lindezas. La llegada de los fundamentalismos está radicalizando posturas, y mientras los proyectos e infraestructuras cristianos acogen a todo el mundo sin atender a su creencia religiosa, los musulmanes tienden a atender exclusivamente a los musulmanes en sus ambulatorios y escuelas. Cuando le pregunte a Jesús Lobato sobre como era la vida de los cristianos al norte del país, el respondió que a veces recibían amenazas, o les tiraban piedras por la calle, y que les quemaban las casas. Yo comencé a reír, y él, girándose, me miró muy serio (expresión extraña en su cara), y me dijo que no era una broma.
Sin embargo, la hermana Betta me dijo que allí en Marsabit, tanto ellos como los cristianos eran respetados y no existía rivalidad entre religiones, que la rivalidad verdadera era entre tribus. Los misioneros han levantado allí las primeras escuelas y centros de salud y hay un profundo respeto y buen trato por parte de los musulmanes, lo cual no quita que en zonas concretas haya recelo y se hayan dado malas experiencias. Para la hermana Ornella todas las religiones tienen cosas buenas que enseñar, (conocía bien el Corán y hablaba con propiedad), pero ahora le preocupaba que los sermones en las mezquitas (había muchísimas en Marsabit y alrededores) atacaran al cristianismo, en vez de hablar de sus ideas propias.
Sea como fuere, el Islam conecta mejor con las tradiciones de las tribus del norte de Kenya, por compartir cuestiones como la poligamia, la figura de la mujer en la sociedad y el acceso a la posición de Imán, relativamente más fácil que con la religión cristiana. De hecho, suelen ser las mujeres las más interesadas en el mensaje de Cristo, y por ello esa tarde teníamos una reunión con un pequeño grupo de ellas. La aldea era una preciosidad, en lo alto de una colina, se avistaba el inmenso desierto de piedras y tierra seca que se extendía hasta el horizonte. Allí la gente era analfabeta. Sor Betta, me dijo que a eso lo llamaban primera evangelización, que era algo tan sencillo como llevar el mensaje de Jesucristo a sitios donde nunca antes había sido escuchado, siendo una labor dura, con pocas gratificaciones, y muchas dificultades. A mi eso de ir a evangelizar a la gente, no me agradaba demasiado en un principio, como idea me producía un cierto rechazo, pero sentía curiosidad. En una choza con un pequeño huerto, un par de cabras y algunas gallinas, nos esperaban tres mujeres, y algunos niños. Vestían con telas preciosas de colores pardos, azules y violetas que envolvían su cuerpo, tapando el pelo, y dejando descubierta la cara, pero no porque fuesen musulmanas, sino porque así visten tradicionalmente las mujeres de la tribu Borana. Vestían como nosotros conocemos la imagen de la Virgen Maria, algo típico en los pobladores de las zonas desérticas, donde necesitan protegerse del polvo. Comenzó la reunión donde hablaban y discutían en swuahili de pasajes de la Biblia. Sentado en el suelo, me quede un poco al margen como espectador privilegiado. No voy a contar todo aquello que paso por mi cabeza esa tarde, necesitaría otro Blog, pero en esa choza comprendí muchísimas cosas. Tengo una imagen grabada en la memoria: Delante del fondo marrón de la pared de la choza, con la luz tenue del atardecer, tres mujeres están sentadas en el suelo, con mirada atenta escuchan a una persona que ha llegado al poblado con una cruz como símbolo colgado al cuello. Era como si hubiera retrocedido cientos y cientos de años en el tiempo, y estuviera contemplando en primera persona el nacimiento de nuestra civilización.

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