jueves, 23 de noviembre de 2006

15.LA VIDA PIRATA, LA VIDA MEJOR

Al llegar a casa me di cuenta del tremendo afecto que les tiene la gente a los padres combonianos, Luego en la casa me sentí un poco intruso, un poco desubicado entre tanta gente tan atareada y tan desconocida. El otro jesuita: Crisantus (también kenyata), se preparaba para tres días de retiro fuera de Korogocho. Yo preguntaba sobre el plan del día siguiente y mi situación allí, dijeron que ya nos reuniríamos sin querer decir tampoco una hora, pero es que aquí tampoco se puede programar mucho, la realidad impone su ritmo, y esta gente tiene en su vida cotidiana muchísimos quehaceres y responsabilidades.

Mis preguntas no encontraron respuesta, pero al menos pude ver el ambiente jovial y alegre de aquella casa durante la cena, aparte de los tres padres y los dos jóvenes aspirantes (22 anos más o menos) estaba Gino, un italiano de 50 anos que iba por libre y llevaba un proyecto interesantísimo con adultos y jóvenes para capacitarlos a la hora de conseguir trabajo y lograr sus objetivos (aquí encontrar un trabajo es algo bien difícil, Korogocho es un submundo con sus propias reglas y una economía que funciona a su manera).

Me fui a dormir a la habitación (recibiendo la llave con el consecuente candado): 2 literas polvorientas y una especie de armario-archivo metálico me recibieron en un cuartucho de forma trapezoidal. La ventanita y la puerta también eran trapezoidales por así decirlo, los límites del cuarto eran paredes descascarilladas (hechas de modo tradicional: palos entrecruzados y una mezcla de barro y caca de vaca) (y no es una broma) y tejado de chapa. La visita al cuarto de baño fue definitiva para echar de menos a mis monjitas combonianas: dos pequeñas plataformas para poner los pies y un agujero entre las mismas. A la luz de la bombilla podía contemplar las variopintas telarañas que adornaban el pequeño cuartito cuya estructura no voy a detenerme en describir. Confiando en mi recién descubierta capacidad de adaptación me fui a dormir tranquilo y cansado, comenzó a chispear y noté como caían gotas de agua sobre el lugar dónde una manta cubría mis pies. Pensé que después de todo esto iba a ser el hombre más curtido de mi generación y dormí con una sonrisa en los labios (de emoción indefinida).

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