lunes, 27 de noviembre de 2006

18.A BUSCARSE LAS HABICHUELAS

La mañana del quinto día me levante dispuesto a buscarme la vida y a recabar información, buscar un proyecto que sirviera para introducirme y como vehiculo de aprendizaje. Hablando con la gente en el desayuno recibí una invitación de Gino para acompañarle en la selección de los chavales que iniciarían su proyecto "Life Skills", el padre Daniel se levanto de la mesa y dijo: "Despacio, primero debe conocer el sitio, luego a las personas", por entonces ya sabia que era el padre Danielle el que partía el bacalao allí, pero no pude siquiera responder pues ya se había ido a una reunión y fue en ese momento que se encendieron todas las alarmas y decidí actuar de inmediato, porque ya veía claro que yo en ese sistema no encajaba de ninguna manera, ya sabia que no me iban a mostrar cosas ni atender mis preguntas pues estaban bien ocupados y tenían cosas bien interesantes que hacer (y esto es bien cierto) pero eso de conocer el entorno pasivamente iba en contra de mi carácter. Mas tarde llegaría Encarnita como un rayo de sol a ver como me iba y a enseñarme algunos de sus proyectos en el slum, quería ver si podría echarle un cable en un proyecto que tenia en mente y empezar a tantear el terreno para el documental y las fotos que me comprometí a realizarles ya desde España. Estuvimos en el centro de salud: estratégicamente bien escondido entre chapas metálicas se encontraba un apretado conjunto de edificios donde un equipo de profesionales atendía a los enfermos graves, mientras enfermeros/as se repartían las distintas zonas del slum para visitar en casa a los enfermos leves y pacientes de sida generalmente. Increíblemente bien organizado para la demanda y las condiciones del lugar. Las casas se construyeron con buenos materiales y su estructura era 100 veces más fuerte que la de las casas circundantes. Era un oasis de higiene y paz pintado de color blanco y azul. Luego fuimos al programa de los niños: en este caso un grupo de voluntarios se repartían el tiempo en un centro para niños que no pueden ir a la escuela porque generalmente no pueden o tienen que cuidar de sus padres enfermos (sida), allí tenían una mini-escuela y aprendían primeros auxilios y como cuidar a los enfermos, al final del periodo de entrenamiento recibían diplomas e insignias. Durante el curso recibían información e instrucciones sobre la enfermedad adaptadas a la mentalidad de su edad, allí encontraban además un rincón de alivio pues compartían su experiencia y se ayudaban mutuamente con chavales en situación similar, podían hablar con alguien adulto (de confianza) y de paso aprovechar el poco tiempo del día que podían vivir como niños y jugar en un patio con una mini pista de fútbol dentro del centro (si queréis visualizarlo hay que imaginar pasillos estrechísimos, aulas pequeñas, espacio rentabilizado al máximo y todo muy apretado). Allí se habían creado un grupo scout para chicas, varios equipos de fútbol y alguno de música. Por ultimo fuimos al centro de crisis, para situaciones urgentes de asistencia y seguridad, fundamentalmente para niños pequeños. Una especie de guardería de urgencia, o de recogida de niños abandonados o perdidos hasta encontrar solución al asunto (padres retenidos por la policía, violaciones, falta de alimentos…), allí se daban cita todos los problemas incatalogados (o incatalogables) en otros proyectos.
Después de las visitas quise hablar con Encarnita y le explique un poco la situación que tenia en Korogocho, mis expectativas y mis ganas de trabajar, ella me dijo que otra cosa no, pero que trabajo a ella no le faltaba para darme. Acordamos que esos días hasta que mi situación se definiera estaría con ella en sus proyectos (yupi!) y comenzaría el trabajo en el catalogo de la hermana Carmina. Al despedirnos me dijo que no me preocupara por nada, que si hubiera algún motivo por el cual no estuviera bien en Korogocho (se refería también a las condiciones de vida) me iba a la casa de Kariobangui y santas pascuas.
Por la tarde me fui con el padre John a dar sus clases de catequesis a los niños, donde ya empecé a hacerme mis primeros coleguillas y por la noche lo acompañé a realizar con toda la trouppe de monaguillos una misa a casa de un enfermo. No os podéis imaginar la emoción de las familias y el honor que les suponía la visita. Los niños inundaban de alegría esa casa acostumbrada a la pena. Después hablamos con la gente y tomamos el te.
El padre John es una de esas personas de las que no se olvidan, por su sencillez, calidez, su risa constante y sus camisas africanas de colores, yo procuraba acercarme a él. Conocer gente así es siempre una suerte, para mi era una buena persona, cobrando este adjetivo todo su sentido. Esa noche llegué cansado a mi cuarto, todo limpio y en orden, salvo el techo y sus varias telarañas (y sus habitantes) estratégicamente situadas como grandes aliados contra mi archienemigo el mosquito africano. Dormí tranquilo y a gusto, estaba feliz de estar allí.

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